“Sólo trabajamos con maderas forestadas o recicladas. Mark fue muy vanguardista en ese aspecto: lo hacía hace veinte años, cuando nadie hablaba de ser green”. Daniel Karp
“Con Louella, el negocio dio un salto: es una diseñadora y una estilista brillante. El local pasó de ser un lugar lleno de mesas buenísimas a ser un lugar lleno de más mesas buenísimas, y divinamente dispuestas”. Daniel Karp
“La decisión de mudarnos resultó ideal: todo el que vive acá, lo hace por esto”, dice Louella, mostrándonos la playa de Avalon camino a su casa. Daniel Karp
Un detalle del cuaderno de notas que nunca está demasiado lejos, y en el que Louella ensaya variantes del taburete ‘Eggcup’. Daniel Karp
El taburete ‘Eggcup’ acompañando la mesa baja en madera y panel de color e iluminado por la lámpara ‘Phasmida’, de otro talentoso amigo, Christopher Boots. Daniel Karp
Los cuadros de su amigo, el reconocido David Bromley (que, fuera del circuito de las galerías, sólo muestra su obra en los locales de Tuckey), le dan más impacto todavía al enorme espacio en blanco, cemento y madera. Daniel Karp
A la fuerte presencia de los muebles, se suma el color en las sillas, algunos detalles o en los accesorios que eligen para acompañarlos, como las lámparas de silicona de Muuto o los vidrios agrupados por tonos. Daniel Karp
A la fuerte presencia de los muebles, se suma el color en las sillas, algunos detalles o en los accesorios que eligen para acompañarlos, como las lámparas de silicona de Muuto o los vidrios agrupados por tonos. Daniel Karp
La cita es en Newport, una de las fantásticas «playas del norte». Son sólo 35km desde el centro de Sidney, pero salimos con tiempo. Y llegamos demasiado temprano, obvio. Desde el auto, distinguimos a la inconfundible Louella -el paso apretado, cargada de flores- preparándose, evidentemente, para recibirnos. Vamos a dar una vuelta, porque no hay nada más pesado que esas visitas que caen cuando todavía estás con el pelo mojado, ¿no?
Louella es la mujer de Mark Tuckey, un hombre que, después de reinventarse muchas veces (y en los últimos casi diez años, con su colaboración), hoy tiene una marca de muebles diseñados y producidos localmente, reconocidos por sus virtudes australianas: naturales, orgánicos, sólidos, con un toque de desenfado en el color y una estética contemporánea que es elegante pero integra el espíritu del mar y la playa.
«Crecí en este mismo lugar (di una vuelta larguísima por la vida y por el mundo hasta que volví) y, desde adolescente, me vinculé con gente creativa y preocupada por el medio ambiente: si no hacías algo por contribuir con esa causa, no existías», dice Mark.
«Sólo trabajamos con maderas forestadas o recicladas. Mark fue muy vanguardista en ese aspecto: lo hacía hace veinte años, cuando nadie hablaba de ser green.
Louella hizo una carrera más prolija, pero en la que no estuvo ausente el azar. Estudió diseño de muebles en su Inglaterra natal, trabajó nada más y nada menos que para el legendario Sir Terence Conran, y el destino la reunió con su marido cuando la mandaron a abrir una de las sucursales de The Conran Shop en la ciudad de Melbourne, donde se quedó y empezó a trabajar como diseñadora, decoradora y estilista para distintas publicaciones.
Esta dupla-topadora tiene los roles bien repartidos, pero engaña por las apariencias. Si él conserva la actitud cool propia de su pasado de surfista, es, según su mujer, el que maneja los hilos, dibuja la estrategia comercial, ve el bosque más allá del árbol e interviene en los prototipos, porque sabe qué funciona y qué se puede.
Ella, divina como una modelo, hace cualquier cosa menos hacerse la linda: crea los nuevos diseños, se encarga de seleccionar los accesorios y ambientar el local y, con la misma gracia con la que acomoda tres hojas de helecho en los frascos de laboratorio que aquí se usan de florero, se saca las sandalias animal print, se sube a una de las tantas mesas de madera maciza y, taladro en mano, en un minuto y medio cuelga un cuadro porque le parece que, para la foto «este rincón necesita un poco de color». Y así nomás salta y desaparece, como una ráfaga, a seguir organizando el día, ahora munida de otra arma que echa humo: su celular.
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Fuente: Spacio&Living